Nací y me crié en Buffalo, en Nueva York. Fui la mediana de tres
hermanos y una niña a la que le encantaba enterrar la cara en los
libros o tumbarse en el césped y soñar despierta. Me temo que no
tengo ningún trauma infantil que mencionar, aparte de esos
estragos menores causados por las monjas en el colegio católico.
Fui bendecida con padres maravillosos y dedicados, una hermana
mayor, un hermano menor, dos juguetones schnauzers y una colección
rotativa de peces, tortugas, conejos, pollos y ratones. (Muchos
miembros de esta colección dieron su vida por la ciencia–tanto si
fue intencionadamente como si no). En mi vecindario todo giraba en
torno a la iglesia parroquial y todos los vecinos eran polacos,
alemanes, irlandeses o italianos y todo el mundo conocía a todo el
mundo. (Como debe haberse imaginado, nosotros los Korickes eramos
parte del contingente polaco). Era un mundo pequeño y protegido, y
probablemente por eso es que para una niña pequeña ese mundo era
un mundo muy feliz.
Mi
primera Gran Aventura ocurrió a los dieciséis años, cuando me fui
a vivir con una familia a la ciudad belga de Ham-sur-Sambre.
Asistí a un colegio católico para niñas—¿Adónde sino?—en Namur,
donde el idioma francés que había estudiado en el instituto de
secundaria durante dos años parecía que no guardaba ninguna
relación con lo que estaba escuchando a mi alrededor. Pero aprendí.
Mis ansias de vivir en lugares remotos crecieron después de esos
seis meses, aunque mi próxima Gran Aventura se llevó a cabo en los
Estados Unidos. Fui aceptada en Harvard y pasé los próximos cuatro
años en un torbellino de amigos, citas amorosas y noches despierta
hasta altas horas de la madrugada comiendo pizza y, en algunas
ocasiones, incluso estudiando. Me las arreglé para graduarme con
honores y conocí a muchos y queridísimos amigos con los que espero
envejecer.
Y
me volví a ir de nuevo. Esta vez a Tokio, con una beca Rotary.
Otra vez tuve que estudiar un nuevo idioma y éste hizo que el
francés pareciera fácil. Pero otra vez aprendí, aunque el japonés
requiere un estudio mucho más arduo. Al principio viví en un
dormitorio universitario, luego con varias familias y luego en un
apartamento en el barrio de Takadanobaba en Tokio. (¿No es un gran
nombre?). Aparte de estudiar, tomé muchas clases de baile y di
clases de inglés. De alguna manera me convertí en la profesora de
inglés favorita de los congresistas japoneses, créalo o no,
quienes creían que una graduada de Harvard, de 21 años, rubia y de
ojos azules era justamente la profesora que necesitaban para
perfeccionar sus habilidades lingüísticas. En esos momentos fui lo
suficientemente inteligente para aumentar mis tarifas en cuanto
comprendí mi comerciabilidad…
Regresé a Estados Unidos altamente cualificada en todas las cosas
japonesas y desempleada. Después de pasar unos meses con mi
familia en Buffalo, comencé a trabajar para la compañía Toyota y
me mudé a Los Ángeles, comenzando así lo que se convirtió en un
tórrido romance con California. Puede que yo no sea una de esas
personas que se pasa todo el día en la playa—mi piel es demasiado
blanca para broncearse—pero me encantan las palmeras, Wolfgang
Puck, los jacuzzis y el estuco, lo que me hace casi una
californiana nativa.
Lamentablemente, Toyota no despertó mi espíritu creativo. Así
comenzó mi siguiente Gran Aventura—la televisión. Me costó un año
y un montón de rechazos, pero finalmente conseguí mi primer
trabajo en los informativos de televisión. Esto se lo tengo que
agradecer a Bill Griffeth de CNBC. Bill me contrató para presentar
las noticias financieras de la madrugada para el Financial News
Network en Santa Mónica, lo que significaba que llegaba a la
cadena de televisión a medianoche y ponía manos a la obra.
Escribía las historias, me maquillaba y me apresuraba para llegar
a la mesa de los presentadores a las 3 de la mañana para presentar
las noticias (las 6 de la mañana en la costa este, gracias). Todos
los que trabajábamos en FNN estábamos en antena durante muchas
horas al día y eso para mí fue un entrenamiento fenomenal (cosa
que necesitaba desesperadamente, ya que pasé de Toyota a FNN sin
tener ni la más mínima experiencia de lo que era presentar las
noticias en televisión). Me encantaba ese trabajo. Ron Insana fue
mi primer co-presentador en CNBC—en las ocasiones en que no estaba
presentando Today o Nightly News o Imus in the
Morning. Nunca sentimos la apasionada aversión que existe en
muchas relaciones entre co-presentadores. Ron y yo siempre hemos
sido excelentes amigos. De hecho, tengo muchos y grandes amigos de
esos años en FNN: entre ellos se encuentra Sue Herrera, quien
escribió una cita para mi novela Estrella Fugaz.
Pero de nuevo una localidad lejana me atrajo y nuevamente me fui a
Tokio. La NBC News me contrató como corresponsal en Tokio y puse
rumbo de regreso a la Tierra del Sol Naciente. Y como era de
esperar, sucedió que vi un montón de esos amaneceres, gracias a la
diferencia horaria de 14 horas entre Tokio y la sede central de
NBC en el 30 Rockefeller Plaza en Manhattan. Las tomas en directo
para el programa Nightly News with Tom Brokaw comenzaban a
la 5:30 a.m., hora de Japón, después de pasarme toda la noche
escribiendo guiones, realizando grabaciones de voz y editando
historias. Y, por supuesto, después de terminar de hacer todo eso,
tenía que prepararme para lucir perfecta para salir al aire a
presentar las noticias. Aparte de esas largas noches en vela,
también tuve la gran fortuna de volver a trabajar de forma regular
en la sede central de la cadena en el 30 Rockefeller Plaza
presentando Sunrise (aquí también tuve que trabajar muchas
horas durante la madrugada—la limusina me venía a recoger antes de
las 3 de la mañana) y también trabajé presentando las noticias
para el programa Today. (¡Sí, me he sentado en el sofá del
programa!). Tokio fue un trabajo muy duro, pero muy gratificante,
con muchas oportunidades de viajar, de entrevistar a periodistas y
de informar muy de cerca sobre los eventos importantes que
sucedían en el mundo.
NBC me transfirió a Estados Unidos después de la Guerra del Golfo,
y encontré otro feliz hogar en las oficinas de la cadena
televisiva en Burbank. El programa Tonight Show solía
grabarse en el mismo estudio de Burbank en el que se grababa la
serie Days of our Lives. Todos los que trabajábamos en los
informativos veíamos constantemente a los actores de la serie en
la cafetería, y créame que eso no ayudaba en nada a aumentar la
confianza en mí misma con respecto a mi atractivo físico. En la
oficina central de la NBC en Burbank trabajé con un grupo de
personas muy divertidas y enérgicas. En aquellos momentos, este
grupo estaba dirigido por la directora de la oficina, la
inimitable Heather Allan. Allí pasé un tiempo estupendo y resultó
ser un periodo extremadamente ocupado en lo referente a noticias:
motines, deslizamientos, incendios forestales y una o dos
elecciones.
El
próximo evento de noticias importante de Los Ángeles me encontró
trabajando para la cadena de televisión Fox, presentando en las
mañanas con Tony McEwing un nuevo programa Fox 11 Morning News
(Tony es otro colega maravilloso—él y yo también superamos el
temor y la aversión de presentar juntos y nos llevábamos
estupendamente). Me acuerdo de cuando Tony y yo presentamos las
primeras noticias sobre los asesinatos de Nicole Brown Simpson y
Ron Goldman, que, por supuesto, desencadenaron un año frenético de
lo que a veces parecía una cobertura informativa ininterrumpida
del juicio por asesinato de O.J. Simpson. (Algunas de estas
experiencias me resultaron muy útiles cuando escribí Atrapar la
Luna). Yo estaba en el asiento asignado a la cadena Fox en el
juzgado de Los Ángeles cuando se leyó el veredicto. Un momento
increíble. Pero, por supuesto, todo eso palidece al lado de los
acontecimientos trágicos que nos cambiaron la vida el 11 de
septiembre del 2001. Por esa época yo ya llevaba varios años fuera
del campo del periodismo y me encontraba en San Francisco
escribiendo novelas. Aun así, algo del viejo impulso por cubrir
las noticias resurgió durante ese otoño, peleando contra la pura
angustia y el terror de los acontecimientos.
No
se me pasa por alto que en mi actual Gran Aventura soy muy
afortunada de pasar mis días haciendo lo que me encanta hacer, y
viviendo al lado de mi increíble marido, quién desde el inicio de
esta idea mía de dedicarme a escribir novelas ha sido mi apoyo
incansable. Insto a todos a luchar por alcanzar sus sueños, sin
importar los lejos que parezcan, sin importar cuantos reveses
sufran. Hay una escena en Estrella Fugaz donde Kelly Devlin
recuerda lo que le dijo el director de noticias de Bakersfield,
quien le mencionó que todo el mundo en su redacción tenía un
cociente intelectual de más de 150. Les voy a contar un pequeño
secreto. Kelly conoció a ese director de noticias porque yo
lo conocí. Y también me dijo que yo era “una más del montón”, y
que no era lo suficientemente inteligente ni atractiva para
triunfar en el mundo de las noticias en televisión.
Pues bueno, después de que Bill Griffeth me contrató para
presentar las noticias financieras en FNN, le envié a ese director
de noticias la más dulce de las cartas para informarle de mi nuevo
trabajo como presentadora de noticias. Y nunca antes o después he
pegado un sello con más alegría o gusto… |